Las ves desfilar con sus hojas al hombro y piensas: “estas hormigas están haciendo ensalada”. Error. Lo que llevan a cuestas no es comida, es sustrato fresco para un cultivo subterráneo de micelio. Sí, hablamos de hormigas cortadoras de hojas (Atta y Acromyrmex), expertas en fungicultura desde mucho antes de que los humanos nos lanzáramos a recolectar hongos silvestres.
En sus galerías subterráneas, estas hormigas cultivan un hongo saprótrofo del género Leucoagaricus, el auténtico alimento de toda la colonia. No solo lo cultivan: lo propagan, lo clonan, lo protegen y lo transmiten de generación en generación. Son, sin exagerar, pioneras del cultivo de hongos. Y lo hacen mejor de lo que muchos podríamos soñar.
Un hongo que si no fuera por ellas estaría extinto
El hongo que cultivan no es un hongo cualquiera. Se trata de Leucoagaricus gongylophorus, una especie que no vive fuera del nido. No hay esporas al viento, ni carpóforos al aire libre. Este micelio es un prisionero de lujo: ha evolucionado hasta ser completamente dependiente de sus cuidadoras. Y viceversa. Hormigas y hongo forman una simbiosis obligada: si una parte falla, la otra se hunde.
Cuando una hormiga reina funda una nueva colonia, no sale con las manos vacías (bueno, con las mandíbulas). Lleva consigo un pequeño fragmento del micelio madre, como si fuera un trozo de clon en un vial. Lo planta en su cámara inicial y arranca la nueva “granja fúngica” desde cero. Esto es transferencia de inóculo en estado puro.
El proceso…
La hoja recolectada es solo el primer paso. Ya en el nido, otras obreras se encargan de desmenuzarla y mezclarla con enzimas y excrementos, formando una masa nutritiva y húmeda. A partir de ahí, el micelio crece formando una red densa y estable, donde genera unas estructuras llamadas gongilidios, ricas en lípidos y carbohidratos. Esa es la dieta base de toda la colonia.
Estas hormigas no son herbívoras. Viven de hongos, como tú o como yo cuando te zampas una milanesa de gírgolas.
Cuidando el cultivo 24/7
Cualquier persona que cultiva sabe que la batalla contra las contaminaciones es diaria. Ellas también lo saben. Para proteger su cultivo, estas hormigas llevan en el cuerpo bacterias simbióticas (Pseudonocardia) que segregan compuestos antifúngicos. Así controlan algunas infecciones provocadas por hongos parásitos como Escovopsis.
Además, hacen mantenimiento activo: limpian, retiran zonas afectadas y controlan variables ambientales básicas como humedad y ventilación. No usan filtros HEPA, pero bien podrían dar lecciones en control biológico.
¿Te suena montar una estantería con placas Petri y controlar la temperatura con una manta térmica? Pues imagina eso, pero bajo tierra y con millones de obreras trabajando en cadena. Cada colonia tiene cámaras de cultivo interconectadas, donde el micelio se expande sobre una matriz vegetal rica en celulosa.
Es una fungicultura descentralizada, a gran escala, sin necesidad de campana de flujo ni autoclave. Solo química evolutiva y simbiosis pura.
¿Son una plaga o son mutualistas?
Desde fuera, pueden parecer destructoras de plantas. Pero si miramos con ojos micológicos, estas hormigas son aliadas estratégicas del Reino Fungi. Remueven tierra, transforman materia vegetal en nutrientes accesibles, y garantizan la continuidad genética de un hongo que, sin ellas, ya se habría extinguido.
Las hormigas hacen fungicultura subterránea, con una precisión que ya quisiéramos muchxs de nosotrxs en nuestra sala de cultivo. Antes de que existieran placas Petri, cámaras de flujo laminar o micelio en grano, ya había una reina escondida bajo tierra iniciando su cultivo fungi.
Y eso, micolega, es historia fúngica viva.
Por M. Inés Flores & Javi Merino
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